Tu sonrisa y alegre actitud es lo que te mantiene joven y sano, fue lo que me dijo Sumit, mientras alcanzábamos la cima del paso Deurali. Días antes los Sherpas me habían sorprendido con otros comentarios que apuntaban a su naturaleza espiritual, en un país espiritual que vio nacer a Siddhartha Sakiamuni y que luego lo acompañó en su camino a la iluminación como Buda.
Estaba en Nepal, a los pies de los Himalaya y en lugar de euforia sentía paz y serenidad, atrás quedaban las largas jornadas de planificación, el vuelo de muchas horas desde Santiago, con escalas en Sao Paulo, Londres y Delhi, antes de aterrizar en el ruidoso y contaminado Katmandú, incluso quedaban atrás las coloridas imágenes del Holi (la fiesta de los colores) la visita a Changunarayan y Bhaktapur, el encontrarme directamente con los ritos funerarios a orillas del río Bagmati, el momento en que miré a los ojos a un Sadhu y este me bendijo, ahora caminaba sintiéndome en armonía con la naturaleza y en consonancia con el universo. Lo que sentía es como si hubiese descubierto que Shangri-la no es un mítico lugar sobre la tierra, si no mas bien un estado interior.
No necesitaba dominar el inglés, ya que bastaban las miradas para comunicarnos y escuchar nuestros pensamientos, en una dinámica extraña que desafiaba a la lógica y que bajo sus propios términos solo podría explicarse con los síntomas de la hipoxia.
El mismo viento que tocaba mi rostro jugaba con las banderas de oración y llevaba sus bendiciones a todos los seres sintientes, mientras los porteadores Sherpas con sus pesadas cargas y una eterna sonrisa cantaban como si el peso no significase nada.
Si bien la mayoría de los viajeros al hablar de Annapurna lo asocia con el circuito ABC, otros no dejan de evocar la experiencia de ver el amanecer desde Poon Hill y ese fue nuestro caso y el circuito que localmente se conoce como Ghorepani-Ghandruk Trekk.
La partida desde Ghorepani comenzó a las 5 de la mañana. La noche y su relativo silencio estaba interrumpida por los despertadores y los pasos de quienes formaríamos la larga fila para llegar a su cumbre.
Un poco más adelante Bipin (nuestro guía y amigo) me pregunta si deseo devolverme. El frío calaba profundo, pero ya estaba a pocos metros de la cumbre y con paso decidido continuar hasta donde la colina se acababa, hasta donde no se podía subir más.
El premio estaba por llegar: una taza de té caliente y el espectáculo del amanecer golpeando de oro algunas de las cumbres más altas del planeta.